Gracias a las obras de Martín Ramírez se puede concebir el fenómeno de desplazamiento del siglo XX, por eso es considerado un maestro de la experiencia migratoria.
Un inmigrante mexicano institucionalizado en hospitales psiquiátricos del norte de California durante más de 30 años es ahora considerado por algunos críticos como uno de los mejores artistas del siglo XX. Y ha conseguido su primera gran retrospectiva en Los Angeles.
El Instituto de Arte Contemporáneo de Los Angeles (ICA LA), abre su nuevo hogar el 9 de septiembre con una exposición que incluye unos 50 cuadros de Martín Ramírez, que murió en 1963 a la edad de 68 años.
La exposición coincide con una nueva investigación que cuestiona que se etiquete a Ramírez como un artista “intruso” y lo define como un maestro de la experiencia migratoria.
“Es un artista migrante. Su arte es muy importante para entender el desplazamiento, entender las fronteras, cómo la gente cruza estas fronteras”, dice Victor Espinosa, autor del libro “Martín Ramírez: Framing His Life and Art.”
"ME NO LOCO" (NO ESTOY LOCO)
Espinosa, catedrático de la Universidad Estatal de Ohio, pasó 10 años investigando sobre Ramírez. Y cuestiona que Ramírez fuese realmente esquizofrénico. Según Espinosa, Ramírez fue diagnosticado tras una breve consulta psiquiátrica sin la presencia de un traductor. Pero Ramírez no hablaba inglés. Espinosa dice que Ramirez repetía, “Me no loco” (no estoy loco), pero los médicos concluyeron lo contrario.
“Con este tipo de diagnóstico, es imposible salir de la institución”, dice Espinosa. “Ramírez no tenía a nadie de su parte que cuestionase el diagnóstico, que pudiese hacer nada”.
Ramírez se mudó a Estados Unidos en 1925, dejó a su mujer embarazada y a tres hijos en Jalisco, México, en busca de trabajo en los ferrocarriles y las minas en California. Sin embargo, pocos años después la economía entró en crisis. Perdió su trabajo y empezó a vivir en la calle.
Es entonces cuando su historia se enturbia. Según la investigación de Espinosa, parece que Ramírez no entendió correctamente una carta de su familia y rompió lazos con ellos. Acabó desamparado y sin hogar, y en 1931 se lo llevaron las autoridades. Espinosa dice que Ramírez estaba confundido y probablemente deprimido y acabó de un psiquiátrico.
Y continuó viviendo en instituciones mentales durante el resto de su vida.
Estando allí, Ramírez empezó a dibujar Madonas, vaqueros, caballos, trenes y túneles —inspirado por las iglesias y las granjas de su México natal, así como por su viaje a Estados Unidos. No tenía pintura ni lienzos; usaba ceras y juntaba trozos de papel con pegamento para crear grandes cuadros. A veces usaba collages de revistas. Su trazo es figurativo, pero también moderno.
De entre los quizás miles de cuadros que hizo Ramírez, unos 500 han sobrevivido.
Una de sus Madonas se encuentra ahora en una caja fuerte en la Biblioteca del Congreso en Washington, DC. Tracey Barton, experimentado técnico de archivos en la división de manuscritos, encontró el cuadro en 2009, enrollado en una caja de las pertenencias de los diseñadores estadounidenses Charles y Ray Eames.
“He trabajado 35 años en la biblioteca, así que se podría decir que es lo más grande que me ha pasado allí”, dice Barton.
EL ARTISTA COMO FIGURA MÍTICA
Quizás el arte de Ramírez nunca hubiera sido visto fuera del hospital psiquiátrico donde vivía de no ser por el profesor Tarmo Pasto, que estudió el arte hecho por pacientes psiquiátricos. Pasto se interesó por los cuadros de Ramírez y ayudó a organizar su primera exhibición de arte en la galería de arte E.B. Crocker en Sacramento, California, en 1952. Pero los cuadros se presentaron como el trabajo de un paciente esquizofrénico anónimo, no de un artista.
“Es difícil que el mundo del arte se deshaga de esa narrativa porque es sexy y seductora, y reafirma al artista como una figura mítica”, dice Brooke Davis Anderson, directora del museo de la Academia de Bellas Artes de Pennsylvania y curadora de una gran exhibición sobre Ramírez en el Museo de Arte Popular de Nueva York en 2007. Davis Anderson dice que es momento de cambiar esta narrativa.
El hecho de que Ramírez fuese visto como una figura mítica también significó que nadie buscó a su familia hasta que Victor Espinosa los localizó en México en el año 2000. La familia puso entonces una demanda para conseguir los derechos de la obra de Ramírez. Frank Maresca es el copropietario de la Galería Ricco/Maresca en Nueva York, que ahora representa al patrimonio para los 20 nietos de Ramírez. Dice que aunque las obras más importantes de Ramírez se venden por medio millón de dólares, y sus cuadros están entre las colecciones de algunos de los museos más importantes de Nueva York como el Guggenheim y el Museo de Arte Moderno, otros como el Museo de Arte Metropolitano o el Museo Whitney de Arte Moderno no poseen un Ramírez.
“Me parece que creen que es menos que lo que se produce, lo que sale de la academia”, dice Maresca. “No puedo imaginarme ninguna otra razón por la cual esto no ha ocurrido. No existe otra razón”.
Donna De Salvo, curadora superior del Whitney, reconoce este defecto. “Es probable que nos estemos quedando retrasados, francamente”, dice. “Hay varios artistas latinos que no están en nuestra colección, y es algo de lo que somos conscientes y estamos trabajando para traer consultores que tengan esta experiencia”.
Victor Espinosa dice que tampoco encontrarán obras de Ramírez en ningún museo de México. El Museo Regional de Guadalajara, cerca de la ciudad natal de Ramírez, dice que no tienen información sobre el artista.
Aparentemente no se han enterado de que el Servicio Postal de Estados Unidos emitió una colección de cinco sellos conmemorativos de Ramírez en 2015.
Se cree que el único artista mexicano que ha recibido este honor, además de Ramírez, es Frida Kahlo.